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Mensaje por Miles Straume Sáb Abr 02, 2011 5:52 pm

Noviembre de 2003, por la tarde.

Los Ángeles, California. Miles había recibido un nuevo contrato allí, y caminaba por una de las calles de la ciudad camino a la dirección que le habían dado. No sabía mucho puesto que prefería enterarse de todos los detalles en persona; tan sólo conocía el nombre de la mujer que lo había llamado, Greta Jones, y que el difunto con el que quería que “contactase” era su marido, quien había fallecido apenas una semana antes.

Cuando llegó, se detuvo frente al porche. El 842, era allí. Subió las escaleras del porche y llamó al timbre. Como si hubiese estado justo al otro lado de la puerta, a los pocos segundos lo abrió una mujer de unos treinta y tantos años, vestida de pies a cabeza de negro, llevando a un bebé vestido de azul en sus brazos. La Sra. Jones, pálida, sin maquillar, ojerosa y con ojos húmedos presentaba un aspecto que demostraba la situación por la que estaba pasando. Al instante supo quién era, sin necesidad de que él tuviera que presentarse.

-Señor Straume, qué alegría que haya venido.-exclamó con sinceridad, esforzándose por esbozar una sonrisa. Cargándose al bebé mejor para poder liberar un brazo le tendió la mano, y Miles la estrechó con brevedad, impaciente, como siempre. Sin embargo, no podía evitar dirigirle de vez en cuando alguna mirada furtiva al niño que había perdido a su padre.- Soy Greta Jones, hablamos por teléfono. Pase adentro, por favor.

Miles siguió a la mujer hasta lo que parecía un salón en el que se habían apartado unos muebles para dejar paso a unas sillas, flores, velas, fotografías con el rostro de un hombre, un cochecito de bebé y un féretro. Greta había convertido el salón de su casa en un velatorio antes de que fuese a realizarse el funeral. Miles no sabía si alguien más había ido allí a despedirse del señor Jones, pero desde luego, si había sido así, ya se habían marchado todos.

-¿Cuáles fueron las circunstancias de su muerte?-le preguntó entonces. La mujer se tomó un tiempo para responder, pero finalmente le explicó todo a Miles.

-Mi esposo nos había abandonado hacía algo más de seis meses, poco después del nacimiento de mi hijo.-dijo. Parecía costarle hablar y contarle aquello a un desconocido, pero sabía que era necesario y seguía adelante. Al oír aquello, Miles desvió la mirada y apretó los dientes, sintiéndose demasiado identificado con aquella historia.-Nunca nos dio una explicación, ni dejó una nota… simplemente, una noche se fue y nunca más volvimos a saber de él. Hace una semana nos llamaron diciendo que había muerto en un accidente de coche y que habían encontrado nuestro número en su móvil. Lo único que deseo, lo que quiero que averigüe usted es… por qué lo hizo, por qué quiso abandonarnos.

-Bien, señora Jones. –Respondió él al cabo de un rato.- Cobro por adelantado.

Greta dejó a su pequeño en el cochecito y sacó ciento cincuenta dólares de la cartera que llevaba en el bolsillo, pero él negó con la cabeza.

-Son doscientos cincuenta.

-¿Cómo?-se sorprendió ella.- Me dijo por teléfono que cobraría ciento cincuenta.

-Sí, antes de saber que su esposo no había muerto por causas naturales. Ahora son doscientos cincuenta.

La mujer bajó la cabeza y le dio un segundo fajo de billetes. Miles lo cogió y los contó para asegurarse de que estaba todo, y después guardó el dinero en un bolsillo interior de su cazadora de cuero.

-De acuerdo, señora Jones. Ahora lo importante es que no me interrumpa mientras... trabajo.

Miles le dio la espalda y se encaminó hacia el ataúd. La mitad de este estaba abierto, mostrando medio cuerpo del difunto. Sin darse cuenta, el espiritualista lo miró un instante con desprecio, y finalmente se inclinó sobre el féretro y colocó las manos sobre el rostro del cadáver, sin llegar a tocarlo. Cerró los ojos y esperó. Y entonces comenzó a sentirlo. Pensamientos, imágenes, palabras y sentimientos llegaban hacia él entremezclados y confusos mientras Miles se agitaba y era víctima de leves espasmos. Vio en su cabeza el momento de su muerte, no había sido un accidente especialmente trágico pero suficiente para matarlo. Siguió buscando en sus recuerdos, y lo encontró, el momento en el que abandonó a su familia. Lentamente, Miles abrió los ojos y se enderezó. Se dio la vuelta y encontró a Greta Jones detrás de él, con una mano en la boca y los ojos muy abiertos. Esperaba una respuesta por su parte. Miles la contempló amargamente y, con dureza, le dirigió las siguientes palabras.

-Su marido les abandonó porque era un cobarde, porque no pudo asumir la responsabilidad de lo que es ser padre, de lo que es encargarse de una persona que te necesita más que a nadie. Les abandonó porque tenía miedo y le faltaba valor.-le espetó con sequedad. Dicho esto, las lágrimas se desbordaron por el rostro de la mujer, que intentó mantener la compostura pero finalmente se derrumbó sobre una silla y ocultó el rostro en sus manos entre lamentos y gemidos.

Miles la observó un instante, pero después se alejó de allí, de aquel salón y de aquella mujer. Sin embargo, antes de marcharse, sacó el dinero de su bolsillo y depositó sobre una mesilla los cien dólares de más que la había exigido y, sin decir nada más, salió por la puerta y se alejó de aquel edificio, con el corazón tan vacío como de costumbre, amargado e impotente por no encontrar respuestas sobre su padre o su extraño don.
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